Termino alimentándome de las impresiones y de las esperas y de mis expectativas vacuas y de mis superficiales pretensiones y de mis innecesarias necesidades; y si bien no termino de olvidarme de mis importantes reales y de los resultados de mis maniacos ejercicios de reflexión en procura de trazar rumbos menos vacíos, termino apenas recorriendo mis breves y mínimos espacios motivado por el impulso inercial de lo que no me sirve y no disfruto y no necesito, pero que creo que me sirve, y que creo que disfruto y que creo que necesito.
Pese a las apariencias, sin embargo, no me defino por la paradoja como mantra porque al final no lo es: se trata de un mecanismo de comunicación interna para hacerme creer mejor de lo que soy, porque mínima pero constantemente termino satisfecho conmigo mismo tras cada ejercicio de involución que listo en mi inventario, sólo que me avergüenza un poco y, por qué no, atizarme por ratos con algo de autocrítica. Pueda ser una sensación similar a comer harinas todo el día y pasarlo acostado e inmóvil… sabes que está mal pero sabes que decidiste estar ahí, mientras casi te veías de lejos, como tercero, cometiendo los que serían tus futuros reproches, inconsciente pero consciente, inútil pero constante.
Por fortuna, éste tipo de sentencias emocionales y agujeros introspectivos de duros balances y conclusiones, mantienen como característica inequívoca el dinamismo y la constante mutación, permeable por completo a estímulos externos e internos que, o le dan forma o lo mantienen abstracto, vigente o pasajero, importante o baladí. Ello hace no menos que vergonzoso el ejercicio de encontrarse frente a frente con una versión de sí mismo conjugada en otro tiempo y hallar tan marcadas diferencias ante afirmaciones tan tajantes que suelen hacerse cuando atacan los excesos de seguridad… y joder si atacan cuando estamos tan convencidos del presente, como ineptos incapaces de reparar en tantas pendejadas acumuladas en el pretérito continuo de nuestro pecaminoso historial emocional.
Al final, se ocupan –desperdiciados e imposibles de reciclar- todos los minutos en querer vivir mejor y saber vivir mejor y querer estar mejor y saber estar mejor, y otro tanto del tiempo se ocupa en no estarlo, de manera que haya más materia prima para cuando llegue la ocasión de la tertulia – diatriba existencial. Al final es una tonta lucha reflexiva entre pensar hacer y no hacer, y hacer y no hacer, y lamentar hacer o no haber hecho.
… no es una exaltación a la anarquía caótica de la espontaneidad salvaje, tanto como una crítica a la planeación excesiva y a la ingenua pretensión de control constante…